Por: Maria Camila Aranzazu Ríos
Geóloga de Desarrollo
La corteza terrestre es la capa más superficial de la tierra, la cuál, se encuentra dividida en la corteza continental, conformada por los continentes e islas, y la corteza oceánica cubierta por los océanos.
La corteza oceánica constituye aproximadamente el 65% de la corteza terrestre, y presenta un espesor de alrededor de 8 km.
Según la teoría de la tectónica de placas, la corteza terrestre se encuentra constituida por placas litosféricas que interactúan entre sí, gracias a los movimientos convectivos presentes al interior del manto que suprayace.
Esto es posible, ya que el manto superior se encuentra conformado por roca parcilamente fundida, que le imprime un carácter plástico, sobre el cual las placas litosféricas se pueden mover e interactuar entre sí, de forma tanto convergente donde se destruye corteza oceánica y divergente donde nueva corteza es formada (imagen 1).
Fuente: https://bit.ly/3F7d7bE
La expansión de los fondos oceánicos, tiene lugar en las dorsales oceánicas, debido a la divergencia de dos placas litosféricas, producto de las corrientes convectivas al interior del manto superior, que empujan ambas placas a lados contrarios, dando lugar al ascenso de material magmático, el cuál, es depositado a ambos lados de la dorsal como lavas básicas, generando así, nueva corteza oceánica, que posteriormente se alejará de la dorsal, dando pie a una nueva salida de material magmático.
Con el paso del tiempo, estas lavas serán destruidas sub-duciendo en un límite convergente. La velocidad de expansión de las dorsales oceánicas es la misma a ambos lados, pero la rata de expansión de los fondos oceánicos puede cambiar entre océanos, ya que en el Atlántico Norte, la velocidad de expansión es de 2 cm por año, de 3 en el Atlántico sur, y finalmente de 6 a 10, en el océano Pacífico.
Fuente: https://bit.ly/3ATDjnt
Una de las evidencias que respaldan la teoría de la expansión de los fondos oceánicos, es el aumento de las edades radiométricas que presentan las lavas básicas, conforme se van alejando de los centros de expansión oceánica.
Las lavas básicas provenientes de las dorsales oceánicas, son de gran relevancia para el estudio del paleomagnetismo de la tierra, ya que éstas presentan materiales ricos en hierro como los elementos ferromagnéticos que contienen o guardan una huella del campo magnético que presentaba la tierra en el momento de su formación. Durante la solidificación de las lavas básicas, los minerales de hierro se mueven libremente en el manto, orientándose según la dirección del campo magnético presente en ese momento.
Después de la salida del material magmático, la lava se solidifica y la dirección del campo magnético (polaridad magnética) queda «fosilizada» al interior de las rocas. Por lo cual, el paleomagnetismo se encarga de estudiar el magnetismo que presentaba nuestro planeta en épocas pasadas y las inversiones que ha sufrido, es decir, cambios del signo de sus polos magnéticos, del polo norte magnético pasa a ser el sur y viceversa, siendo estos cambios polares simétricos a ambos lados de las dorsales.
De esta forma, se entienden las inversiones magnéticas que se han presentado a lo largo del tiempo geológico. Estos cambios de polaridad del magnetismo a lo largo del tiempo geológico, se conocen como “Patrones en Cebra”, y es una evidencia relevante que respalda la teoría de la expansión de los fondos oceánicos y la tectónica de placas. (Imagen 3).
Fuente: https://bit.ly/3mdfdxM
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